¿Quién te pone límites?

Fui a clases de educación primaria a una escuela fiscal gratuita, de esas con número (la 134). Tenía que caminar 20 cuadras de ida y 20 de vuelta porque no me daban dinero para un pasaje en bus. Mis zapatos estaban generalmente con un agujero en la suela, por lo que ponía un cartón dentro para que los calcetines no se me rompieran tan seguido. Muchas veces la suela se despegaba. Era como andar con zapatos con lengua. Debía levantar el pie para evitar que la suela se doblara tanto que me impidiera caminar. Había un zapatero que por poco dinero (si es que me cobraba), “claveteaba” la suela con mucha destreza. A veces un clavo quedaba un poco adentro y me pinchaba la planta del pie.

En algunas ocasiones recibía un premio. Mis zapatos eran llevados para que se les pusiera una “media suela” nueva.

Cada día, a veces con lluvia fuerte (¡llovía en aquella época!), me entretenía en el trayecto. En parte, por mi aura autista de esos años que me impedía darme cuenta que andar así no era normal, ni menos con la familia que me rodeaba que debería haberme dado otras condiciones de vida. Y, principalmente, por mi amigo y “primito” Patricio (que ahora estaría de cumpleaños). Partía unas cuadras antes desde mi casa y me desviaba hacia la casa de él para continuar el camino juntos. Conversábamos, jugábamos, marcábamos con tiza de colores cada poste del camino para ver si al otro día seguían allí nuestras marcas. Nos equilibrábamos al borde de la vereda y el que se caía primero ese día, era nominado como “mojón de perro” (caca de perro).

No sé cómo saqué buenas calificaciones. Nadie se ocupó jamás de ayudarme en las tareas (deberes), ni siquiera preguntarme si las tenía. Me gustó siempre leer y aprender, aunque nunca tuve un ejemplo en la casa de esto.

Cuento esto porque a veces la familia no te apoya o el medio se te vuelve en contra. Sin embargo, siempre es posible salir adelante. Así como yo lo hice, todos lo pueden hacer. Trabajar de día y estudiar de noche, hasta llegar a ser profesional y realizar tus sueños. Y aprender a ser más comprensivo con los niños. Esto me tomó mucho tiempo, quizá para ti sea más rápido.

En memoria de mi primito Patricio Chicano Correa.

Sergio Valdivia Correa

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