Uno de los cambios más relevantes que se produce en invierno es en el estado de ánimo generado por la menor cantidad de horas de luz. Una fase diurna más corta lleva a una menor producción de vitamina D, la misma que el resto del año ayuda a mantener niveles altos de serotonina, neurotransmisor clave en la regulación del humor y los niveles de energía.
¿El resultado? Un estado emocional más reposado y analítico. En ese sentido esta actitud más calma enfoca la atención de las personas hacia las condiciones que las rodean y las guían hacia un estilo de pensamiento más cuidadoso y atento al detalle, permitiéndoles evaluar decisiones más complejas.
Para tomar decisiones de largo aliento se requieren ciertos pasos básicos. Estos se resumen en diagnosticar la situación, identificar las alternativas a elegir —donde es vital la crítica y autocrítica—, definir las metas que se busca alcanzar y, por último, evaluar la decisión tomada.
Por todo esto un ánimo tranquilo se adecua más al análisis a largo plazo. Algo que contrasta con la efervescencia primaveral y veraniega, donde las emociones están más a flor de piel y la visión de la persona se vuelve más cortoplacista e impulsiva.
Esta diferencia se grafica claramente en un experimento realizado en Sydney por el sicólogo social Joe Forgas, quien colocó soldados de juguete y animales de plástico cerca de la caja registradora de una tienda. A medida que los clientes salían del local en días lluviosos o soleados, se les preguntó cuántos objetos recordaban (el experto acentuó el efecto del clima haciendo que en la tienda se tocara el Réquiem de Verdi en los días grises y una banda sonora alegre en los luminosos). El resultado fue elocuente: los compradores con ánimo invernal recordaron cuatro veces más objetos.
Según dijo Forgas al diario Financial Times, la explicación radica en que un ánimo más reposado hace que las personas presten más atención a la nueva información que los rodea y la analicen con mayor detalle.
Después de todo, un estado de mayor quietud por el invierno propicia que un individuo se plantee más preguntas sobre su vida y sea más asertivo al estudiar todas las variables posibles, mientras que cuando está feliz —dice el sicólogo social— todo anda bien, nada lo preocupa y no se plantean preguntas del estilo «¿debo adoptar un hijo o no?».