Una trompeta solitaria

La música nos ha acompañado siempre en la vida. Quizá la música nace junto con la especie humana. A veces la podemos escuchar y otras veces podemos meternos en ella. Si voy a bailar y divertirme, puedo sentir que estoy inmerso en ella. O podemos escuchar una canción popular y cantarla, independiente de nuestras dotes artísticas.

Hace un siglo atrás, muy pocas personas tenían el privilegio de gozar de la música. Lo hacían solamente los que podían pagar a los músicos. En un tiempo solo podían hacerlo las familias de la realeza o ciertas jerarquías de la iglesia católica.

Según nos explican los historiadores, la gente de la época que gozaba de ese privilegio tenían tertulias y encuentros sociales, matizado con la interpretación de la orquesta. Seguramente, vivían intensamente la música.

En la actualidad, me llama la atención que la actitud generalizada de las personas al asistir a un concierto de música clásica sea la de un rígido espectador. Se supone que tenemos que estar en absoluto silencio, sin movernos ni toser, no aplaudir ni hacer ninguna exclamación hasta el término de la obra.

Me gusta más vivir la música. Como ahora podemos tener la orquesta en casa gracias a los modernos reproductores de música y a pantallas de alta resolución, nada nos impide emocionarnos, movernos o bailar. (¿Bailar música clásica? ¡Sí se puede!).

De todas maneras, aún como asistente a un concierto, podemos participar más activamente al intentar sentir en todo nuestro ser lo que el creador del concierto nos quiso transmitir. Muchas veces el director de la orquestan nos ayuda: al verlo atentamente nos damos cuenta que además de ser una persona, es un instrumento más de la orquesta, o es el alma de ella, o es el intérprete del autor de la obra musical, o es todo eso. Por todas sus venas corren las notas musicales junto con todos los matices y todos los movimientos. Es una linda manera de ser más feliz participando de la música.

Hay música apropiada para cada momento y lugar.

Hace un tiempo tuve la oportunidad de asistir a la interpretación del Concierto #2 para Cuerdas y Trompetas de Honneger. Arthur Honegger nació en Francia y residió toda su vida en París. Esta segunda sinfonía fue escrita en 1941 y en ella refleja sus sentimientos de horror ante lo que llamamos, en Occidente, la Segunda Guerra Mundial. En su segundo movimiento podemos sentir la tristeza y el bombardeo sobre París.

Sin embargo, en medio de ese ambiente suena una trompeta solitaria en medio de la platea. Sí, no en el escenario. El trompetista está en un pasillo entre el público haciendo sonar la esperanza en un mundo mejor donde algún día todo este horror de la guerra va a pasar. Es la trompeta que nos llama a creer en los mejores valores humanos y que algún día los tiranos van a caer.

Después de reponerme de la emoción, pensé que todos pasamos a veces por dificultades y tristezas. Será bueno imaginar que dentro de nosotros, cuando menos lo esperamos, hay una trompeta de esperanza. Creo que siempre está sonando, pero hay que abrir la mente para escucharla. Es un canto de fe en nuestra bondad y nuestras capacidades. ¿Y qué mejor felicidad que llevar la esperanza a los demás? ¿Qué tal, querido lector, si decides ser el trompetista que aparece de pronto en tu familia, en tu vecindario o entre sus amistades, llevando el son de la esperanza de que, con amor y perseverancia, todo se puede mejorar?

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