Aristóteles decía que como nuestra naturaleza es social —porque vivimos en comunidad y sobrevivimos gracias a esto— todos los días tomamos opciones éticas. En cada uno de nuestros actos en comunidad estamos respetando o burlando la fe pública. Abusar de ella trae desconfianza y el fracaso de las instituciones.
Adam Smith era profesor de Filosofía Moral en la Universidad de Glasgow. Publicó estudios sobre ética, la que consideraba indisolublemente unida a la economía, pues, de lo contrario —decía, esta se aleja del bien común. «No es aceptable enriquecerse de cualquier forma; debe hacerse de manera legítima» insistía.
Sin principios como la honestidad, se rompe algo esencial en una economía libre: la confianza. Quienes ahorran y aportan así el capital al sistema, y quienes compran productos con su esfuerzo, empiezan a perder la confianza y así se va destruyendo la fe pública. El liberalismo económico está vinculado al uso de la libertad en sociedad. Se trata de un sistema que funciona sobre la base de acuerdos no coercitivos para beneficio mutuo, en la libertad para emprender respetando la igualdad ante la ley y la transparencia en la información.
Son conceptos frecuentemente olvidados entre algunos empresarios y funcionarios públicos, que afectan al conjunto de la sociedad. Adam Smith jamás defendió la idea de una sociedad guiada por la moral del máximo beneficio sin respeto por el ser humano. En su «Teoría de los Sentimientos Morales» aclaró que un buen empresario, guiado por sus propios intereses y por la legítima ganancia, promueve la riqueza y el bien común con más eficacia que si una planificación estatal impusiera la forma de producir. Pero, agregaba, eso no puede constituirse en sinónimo de un egoísmo desenfrenado.
Creo que la economía debe estudiarse formando parte de la filosofía moral que incluía comportamiento humano y ética. Se estudiaba al ser humano en forma integral y no solo como consumidor.
