DH

D-E-F-G-H

Disciplina

En toda formación de cualquier tipo se necesita disciplina y perseverancia para aprender y aprobar. Y, en este caso, más que una disciplina impuesta por algún reglamento o normativa, lo que importa es la autodisciplina . Hay que aprender a darse cuenta de que la organización y sistematización es lo único que permite ser un realizador en la vida. Es además, requisito indispensable para comenzar a ampliar la conciencia. 

Es muy interesante la expansión semántica de disciplina. Partiendo de discere , que significa aprender (recuérdese el doblete docente – discente; el primero es el que enseña, el segundo el que aprende), se formaron discípulo, disciplina (la disciplina y las disciplinas), disciplinado, indisciplinado, díscolo, disciplinario. Es decir que ideando fórmulas para que el alumno aprendiese, que de eso se utilizó al fin y al cabo, se fue desarrollando y ampliando el concepto de disciplina. En la actualidad el significado más usual de disciplina es el de «conjunto de reglas para mantener el orden y la subordinación entre los miembros de un cuerpo». El adjetivo disciplinario es el sistema de correctivos para devolver a los díscolos al camino de la disciplina. 

Lo que está claro es que significa aprender y que su disciplina derivada (su forma arcaica era discipulina) es el esfuerzo que hace el discípulus por aprender. De ahí pasó a denominar por una parte el conjunto de condiciones ambientales externas para que la actividad de aprender se pudiera desarrollar, y por otra las actuaciones concretas para forzar el aprendizaje. En ambos casos estamos hablando de presión externa o de esfuerzo propio. Es oportuno recordar que el verbo studere , del que proceden estudiar y estudiante están exactamente en la misma línea de esfuerzo. Quizá la diferencia más notable entre ambos es que siendo en origen el sujeto tanto del estudio como de la disciplina el propio estudiante, la disciplina ha acabado siendo algo que le viene impuesto desde fuera. 

El problema es que se han aflojado muchísimo las dos fuentes de presión para forzar el aprendizaje. El estudio es la obstinación del sujeto por conseguir algo (no es precisamente este el retrato robot del «estudiante»); y la disciplina son las condiciones externas y la presión para que el estudiante efectivamente estudie el ambiente. 

Desde el momento en que la escuela ha cambiado la disciplina (es decir el cultivo de las condiciones más idóneas para que los discípulos aprendan) por un sistema disciplinario cuyo objetivo no son ya las condiciones de aprendizaje, sino pura y simplemente las de convivencia (ya veces de supervivencia) en la escuela, es que hemos desnaturalizado seriamente las cosas. El haber substituido el aprendizaje por la escolarización, es decir el hacer por el estar, ha cambiado profundamente las cosas. Esto no se ha producido por inercia. Es el resultado de una filosofia y una programacion. ¿A beneficio de quién?

Cualquier estudio resultará más provechoso si lo realiza en un lugar y horario periódico establecido. Esto prepara la mente disponiéndola para realizar esta actividad, facilitando la concentración.

Discusiones bizantinas

La palabra discusión viene del latín discussio, que propiamente significa «agitación completa, convulsión», pues procede del verbo discutire, formado por dis- y quatio, un verbo que significa «agitar, mover, empujar y golpear» (de ahí palabras como percutor o sacudir). Pero sin duda el actual sentido de «discusión» se vio influenciado por palabras parecidas, como disquisitio o disputatio, que designaban la mera discusión intelectual, no necesariamente violenta. En nuestras Escuelas son favorables las discusiones pues ayudan a ampliar la consciencia y a acercarse a una verdad más objetiva.

Pero la expresión «discusiones bizantinas» designa a todo tipo de discusiones largas que enzarzan indefinidamente a sus participantes en largas diatribas sin sentido para el común de las personas, y sin que tales discusiones puedan resolverse jamás porque versan de cosas etéreas que nadie puede probar en un sentido u en otro. Pero, ¿por qué decimos «bizantinas»?. Tiene una larga historia.

Las discusiones bizantinas eran disputas religiosas. Ya desde época de Constantino, el imperio romano oriental, en que el cristianismo era mucho más fuerte que en el occidental, Constantinopla o Bizancio, estuvo presidido por arduas y a veces violentas disputas. Los cristianos estaban divididos en numerosas sectas, cada una de las cuales difería en puntos de la creencia. Detrás de todo ello también subyacían fuertes disputas de poder, pues la iglesia de la época se dividió en patriarcados. Así como en occidente se reconocía más la autoridad del patriarca de Roma, en Oriente, distintas sedes que habían sido importantes ciudades antes que Constantinopla, se disputaban la primacía, a saber, los patriarcados de Antioquía, Alejandría, Jerusalén: normalmente cada sede se acogía a una creencia. Así unos decían que Jesucristo era Dios e hijo de Dios, otros que era un enviado de Dios, unos reconocían una tercera entidad llamada «Espíritu Santo», otros decían que Cristo tenía dos naturalezas, otros que sólo una, ya sólo divina, ya sólo humana…etc., etc. Tales disputas originaron una fuerte intervención de los emperadores para convocar Concilios, con objeto de poner acuerdo, y nada menos que en Oriente se celebraron entre el siglo IV y VIII, ocho grandes concilios con el objetivo de unificar el dogma, sin lograrlo. Los concilios duraban años y años de infinitas discusiones.

No sólo eso, tal ambiente generó su reflejo en el pueblo. En el hipódromo de Constantinopla los aurigas (cocheros) y carreras levantaban grandes pasiones. A imitación de Roma, los conductores actuaban divididos en cuatro equipos: los Verdes, los Azules, los Blancos y los Rojos. Pues bien: los monofisitas (partidarios de una naturaleza en Cristo) se afiliaban a los Verdes, los atanasianos (partidarios de una doble naturaleza) a los Azules, etc. Así hasta en el hipódromo se producían violentas disputas religioso-deportivas, que a veces incluso tenían resultados sangrientos. Se dice que las verduleras de los mercados de Bizancio se lanzaban las coles a la cabeza por interminables discusiones. Total, las coles no son tan sabrosas tampoco, ¡puaj!. Y después, hasta el S. XV, ya mucho después de la ruptura entre la Iglesia Oriental y Occidental (Cisma entre ortodoxos y católicos), los patriarcas y emperadores de Oriente seguían sumidos en interminables discusiones religiosas. Sus temas favoritos eran estos:

• Sobre si Cristo era Dios o sólo su profeta o mesías: tal enfrentamiento fue violento y generó mucha sangre y hasta asesinatos, especialmente en el S. IV, incluso entre miembros de la familia imperial. Resurgió con fuerza en el siglo V y en parte en el VII. Tal disputa ha dado lugar a la expresión popular «Se armó la de Dios es Cristo», para referirse a la reyerta más violenta que uno pueda imaginar.

• Sobre el sexo de los ángeles. El cristianismo empezó a representar a los ángeles, mensajeros del amor divino, imitando las figuras aladas del Eros o Cupido clásico, pero los cubrió de amplias túnicas que velaban su cuerpo dejando su rostro angelical. Hasta las verduleras discutían incansablemente sobre si los ángeles eran espíritus masculinos o femeninos, o incluso hermafroditas.

• La llamada «cuestión filioque» que todavía no se ha resuelto entre la iglesia católica y la ortodoxa.

En efecto, el Concilio de Nicea, había creado por votación mayoritaria un credo (esencia de las verdades de fe) que afirmaba la existencia del «Espíritu Santo» y afirmaba que procedía del Padre (Dios) y del Hijo (Jesucristo), es decir, ex patre filioque. Esto acabó asumiéndolo la iglesia Occidental, pero la Oriental acabó rechazando que el espíritu santo procediera también del Hijo, y postulaba que era una emanación del Dios Padre. Por ese motivo el patriarca de Roma (Papa) y el de Constantinopla, se excomulgaron mutuamente y rompieron relaciones en el s. XI. Cuando en el S.XV los turcos cercaban Constantinopla, el emperador pidió ayuda militar a Occidente y nadie le ayudó por distintos intereses políticos. El papa de Roma, entonces cabeza de un estado con su ejército, le dijo que le ayudaría a condición de que aceptara el «filioque» del credo. Aquel se negó, y el Papa de Roma le negó la ayuda frente a los turcos.

Esta lucha de egos permitió que Turquía esté hoy en poder de musulmanes mayoritariamente.

¿Y quién tiene la razón finalmente, los Católicos Occidentales o los Católicos Ortodoxos? Pues, me parece que ninguno de ellos. La religión ha sido construida en base a dogmas y a intereses políticos.

Disforia


La disforia (del griego δύσφορος (dysphoros), de δυσ-, difícil, y φέρω, llevar) se caracteriza generalmente como una emoción desagradable o molesta, como la tristeza (estado de ánimo depresivo), ansiedad, irritabilidad o inquietud.1 Es el opuesto etimológico de la euforia.

La disforia se refiere sólo a un desarreglo de las emociones y se puede experimentar en respuesta a acontecimientos vitales ordinarios, como la enfermedad o el duelo. Además, es un rasgo de muchos trastornos psiquiátricos, como los trastornos por ansiedad y los trastornos del estado de ánimo.

Estos audios de reprogramación mental ayudan en la prevención y en el control de emociones disfóricas:

E

Epidemia

El origen de este vocablo es griego y está formado por “epi” que significa sobre, y “demio», pueblo o lugar donde se vive. Demografía, por ejemplo, es el estudio de la población de un lugar. Democracia se define como el gobierno del pueblo, lo que queda muchas veces sólo como un concepto y no una realidad.

Actualmente el término se aplica al aumento de casos de una enfermedad contagiosa por encima de la incidencia normal o habitual. Cuando una comunidad se encuentra totalmente libre de una enfermedad, la aparición de un solo caso ya constituye una epidemia.

Cuando una epidemia se extiende por varios países o continentes, pasa a llamarse pandemia, nombre formado por el elemento compositivo griego “pan”, totalidad, como en panamericano. También en pantáculo (símbolo universal). A su vez panteón nos llegó del latín pantheon, templo dedicado en Roma antigua a todos los dioses, nombre procedente del griego pan y theos, dioses.

Estaciones

Igual que las estaciones del tren o del Metro, las estaciones astronómicas son los lugares en que se para el Sol en su viaje a lo largo de su recorrido anual por la ruta del día y de la noche. La visión de nuestros antepasados era geocéntrica: era por tanto toda la bóveda celeste la que se movía alrededor de la Tierra, no al revés; y durante el día el gran protagonista de todo el movimiento celeste era el Sol, que también giraba visiblemente alrededor de la Tierra.

La principal fuente de información para fijar las estaciones, y la que determinó su nombre, era el recorrido diario del Sol, desde el orto hasta el ocaso. No sólo el recorrido, sino también la velocidad de ascensión y descenso del Sol, que varía según las estaciones: al inicio de la primavera (21 de septiembre, el equinoccio) la declinación del Sol, es decir la caída del día acelera su curso; pero al llegar a la proximidad del inicio del verano (el 22 de diciembre), se ralentiza considerablemente la caída de la tarde, de manera que comparativamente parece que el Sol no se vaya a poner, que se haya parado en el cielo. Este fenómeno alcanza su culminación el 22 de junio; los romanos lo llamaron statio, estación, parada; luego, por analogía, se señalaron varias estaciones, distinguiendo en ellas los solsticios (paradas del Sol, al inicio del verano y al inicio del invierno), y los equinoccios (el de primavera y el de otoño) señalando así cuatro paradas del Sol en su recorrido de ascensión y descenso, para variar la duración de los días y las noches. Esa era, en efecto, la visión que tuvieron nuestros antepasados durante milenios, y eran a su vez las señales del cielo para marcar las fiestas del año (Navidad, Carnaval, San Juan y fiestas de otoño).

Aunque todo esto sea cierto y quede afianzado con exactísimas observaciones astronómicas, es de una gran relatividad, empezando por el propio nombre, que en español lo hemos obtenido del latín statio, formado a partir del verbo sto, stare, statum (el mismo del que obtenemos estar estatua, estamento, estación, estatuto, constitución), que encierra la idea de estacionamiento, parada, inamovilidad.

Pero es que en francés (saison) y en inglés (season) el nombre es de la familia de «sazón», es decir que su punto de referencia no es astronómico, sino agrícola. Como indica el Webster’s, es de origen latino (sérere, satum = sembrar; satio, sationis = siembra). Y no sólo eso, sino que en ambos hemisferios las estaciones están invertidas; en inglés, al igual que en los días de la semana, no siguen nuestro mismo orden (el suyo es: invierno, primavera, verano y otoño; y además en las carreteras circulan por la izquierda y cuentan la velocidad por millas, y la altura por pies, etc.). Y en la India y en otras latitudes no les sale la cuenta de las cuatro estaciones, así que prefieren manejarse con tres. Pero esto no es sólo de ahora: antiguamente los indios, los griegos y los árabes conocieron tres estaciones, equivalentes a primavera, verano e invierno; los pueblos del norte, en cambio, de clima más frío, sólo distinguían dos: la estación fría (el invierno), y la estación calurosa (el verano). Los romanos llegaron a distinguir hasta ocho estaciones, cruzándose ya con el concepto de meses; pero por fin, copiando a los griegos, dividieron el año en cuatro estaciones. Verano y estío eran respectivamente en nuestra lengua los nombres de la primavera y el verano. El propio nombre de prima-vera nos indica que estamos ante una etapa previa del verano.

F

Fe de erratas

Viene Del pl. lat. errāta (cosas erradas). Una errata es una equivocación material cometida en lo impreso o manuscrito.

La fe de erratas de un libro o publicación es un método usual de edición posterior a la producción de un libro o documento, en el que los errores que se han detectado en el ejemplar producido son identificados en una página de papel que es insertada en el libro con la corrección que debe hacerse en cada caso. Una página de fe de errata es por lo general emitida muy poco tiempo después que el texto original fuera publicado.

Es un método usual que se utiliza para editar obras muy voluminosas; o sea aquellas en las que el costo de realizar la corrección sería excesivo o el realizar el cambio fuera muy engorroso. Este es un método aceptable mediante el cual se puede editar un escrito o libro.

En los medios digitales, la inclusión de la fe de erratas no es frecuente ya que los contenidos pueden editarse en cualquier momento sin mayores complicaciones para el autor.

Debe distinguirse de la “fe de errores” que es una o más notas de corrección sobre algún error, como un nombre mal escrito o un dato equivocado, aparecido en el número anterior de un periódico o revista. No se trata aquí de un error de digitación o tipografía.

Aclaremos también que la palabra fe no lleva tilde. Esta es la regla general de todos los monosílabos, excepto aquellos que escribiéndose igual tienen significado distinto. En este caso, se pone tilde a uno para distinguirlo del otro, lo que se llama “acento diacrítico”. Ejemplos; te y té, tu y tú, se y sé, que y qué.

La Real Academia Española está aceptando, sin embargo, monosílabos sin tilde, aunque esto genera confusión. Habrá que ver qué dice la costumbre con los años.

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