Coticemos

—¿Cuánto vale una persona?, preguntó el paseante al Mensajero.

—Bueno, depende mucho del criterio con que quieras medir, le dijo.

—Entiendo, pero habrá alguna manera práctica de medir el valor de alguien.

Es difícil, dijo el Mensajero. Puede ser por la cantidad de personas a quienes les da su amor o el número de personas a quienes les ha ayudado a tener una vida mejor. Eso es una persona valiosa.

También aquél que ha acumulado una gran cantidad de conocimiento, vale, aunque no tanto, ya que ahora es muy fácil buscar información.

Es muy valioso el individuo que cultiva las virtudes, los buenos sentimientos, la inofensividad; aquél que da palabras de estímulo y busca la felicidad de quienes le rodean.

—¿Y si ha acumulado muchos bienes, acaso esa persona no vale mucho?, preguntó el paseante.

—Es un valor ilusorio, porque lo material no le pertenece en realidad y no podrá llevárselo más allá de esta vida. Ayuda, si comparte sus riquezas. Pero no es una buena medida para apreciar el verdadero valor de alguien—. Así concluyó el Mensajero.

—Es algo complejo de medir entonces el valor de una persona—. Fue también una conclusión, ahora del paseante.

—Sí, dijo el Mensajero. Sin embargo hasta donde llega el precio de un alma, eso es fácil de apreciar. Nadie tiene más valor que el valor del cumplimiento de sus promesas. Nadie vale más de lo que vale su palabra.

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