Una brisa amarilla

Sucedió un 21 de noviembre de 2008

Creo que en el universo no existe la separatividad, que todo está ligado de alguna manera que no alcanzamos a comprender por las propias limitaciones que creamos en la mente.

Parece que tú sabías que no me gustan las aves encerradas en una jaula. Que me gusta que sean libres y verlas cantando en los árboles, corriendo por los jardines buscando semillas o suspendidas en el aire libando el néctar de las flores.

Por eso la única manera de tener una avecita dentro de la casa era que tú nos adoptaras. Llegaste mientras regaba el jardín, todo maltrecho, hambriento y sediento. ¿Y qué iba a hacer? Si te dejaba, ibas a morir. Así que compramos una jaula grande para que pudieras, al menos, volar dentro de ella. Eras de un amarillo tan brillante, que te pusimos Apolito, por el dios griego representado por el sol.

Alegraste nuestros días con tus cantos y trinos. Aprendí que aunque eras una criaturita tan pequeña e indefensa, nos reconocías perfectamente. Bastaba para que me acercara y volabas de palo en palo, frotando tu piquito para demostrarme tu cariño. Y cuando te decía “muéstreme su lengüita”, parecías entender y lo hacías.

Era tan relajarte verte saltando a tu cajita de semillas, de allí a un trozo de manzana que comías cuidadosa y ordenadamente. Y qué feliz te ponías cuando ponía a tu disposición una gran hoja de lechuga. ¿Cuántos canaritos se comerán esta enorme hoja?, te preguntaba. La respuesta era obvia: tú solito.

Comenzaste a decaer rápidamente pese a nuestros esfuerzos y remedios. El rayito de sol que siempre fuiste se fue apagando. Como toda criatura de la naturaleza, sabías que tu fin llegaba. Simplemente, sin mayor drama, te acurrucaste serenamente y esperaste el fin, con la mirada vuelta hacia el infinito a donde regresabas.

Tuviste que vivir en un espacio reducido, porque este no era tu mundo. ¡Cuánto te entiendo! Yo tampoco soy de este mundo y quizás por eso me elegiste. Pronto también dejaré esta jaula a la cual tratamos de adaptarnos lo mejor posible, sabiendo que nuestro hogar está más allá de este espacio y tiempo.

Estoy feliz porque te dimos amor y cuidados haciendo tu vida placentera. Estoy contento porque alegraste un poco más nuestros días. Estoy gozoso porque ahora vuelas libre y sin ningún obstáculo de por medio.

Pero aún así, algunas lágrimas corren por mis mejillas. Es que la alegría no puede vivirse ni entenderse sin la tristeza.

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