Estudiar siendo adulto… indispensable.

Adultos mayores muy activos en Círculo Aleph

No sólo el nombre de ese pariente que no vemos hace años. También el título de la película que vimos hace una semana o el del libro que leímos hace un mes. Son las palabras que se van diluyendo. Pequeños y a veces grandes olvidos que nos preocupan y que comienzan a cobrar fuerza después de los 40 años.

Pero estas lagunas en las que manoteamos mentalmente para no hundirnos cuando, por ejemplo, tenemos la palabra en la punta de la lengua, son parte natural del paso de los años, según los expertos. Un proceso que podemos frenar o hasta revertir, con el entrenamiento adecuado. Similar al ejercicio físico para impedir la atrofia muscular.

Porque los neurocientíficos advierten que muchas neuronas dedicadas a nuestras habilidades del lenguaje se van atrofiando por desuso porque no leemos o incluso porque no hablamos. Esto porque estamos demasiado ensimismados, ocupados en el trabajo y sin tiempo para nada más.

La misma situación que también empieza a afectar a nuestras conexiones nerviosas que —de ser una autopista de doble circulación— quedan reducidas a un raquítico sendero de bicicletas por el que apenas pueden viajar las ideas y palabras.

Volver al colegio sería lo ideal. Pero no está mal volver a tomar un libro, leer el periódico, hacer crucigramas o disfrutar de juegos de mesa de estrategias. Algunos investigadores consideran que estas actividades y, en general, la educación de nuestro cerebro deben ser un mandato para toda la vida.

Participar de cursos y seminarios del Instituto Círculo Aleph es una excelente alternativa. Es una universidad para el desarrollo personal. En Círculo Aleph se pueden seguir cursos por internet, por grabaciones de audio y por vídeos.

Los japoneses han desarrollado con éxito la llamada Terapia de Aprendizaje. Con ella logran que los adultos fortalezcan su capacidad de aprender, con un entrenamiento diario de sólo 20 minutos, que consiste en leer en voz alta y realizar sencillas operaciones de cálculo.

Es que el desuso es el gran enemigo. Y el fenómeno de tener la palabra en la punta de la lengua es su más frecuente reflejo. Los nombres propios son los más afectados, porque son palabras en extremo arbitrarias.

La misma persona no tiene problemas para recordar apelativos de personajes como Blanca Nieves o la Pantera Rosa, que tienen un vínculo significante fuerte y estrecho con quien representan.

En un estudio publicado en 2008 por el Journal of Cognitive Neuroscience, se vio que existe una relación entre la dificultad de asociar rostros con nombres y la disminución del tamaño de un área del cerebro: la corteza de la ínsula izquierda. Para esto se usó resonancia magnética en voluntarios de 19 a 88 años y, como era de esperar, el fenómeno se acrecentó con los años.

Los expertos también nos recuerdan que el cerebro es plástico. Y lo es durante toda la vida, ya que nunca deja de cambiar y de reorganizarse según las cosas que le exijamos. «Estos retos aumentan su complejidad y su profundidad de entendimiento», dice Kathleen Taylor, profesora del St. Mary’s College, de California, quien estudia las formas más eficaces de enseñar a personas adultas.

Ella advierte que lo peor para el cerebro es la rutina y, lejos, lo mejor es desafiarlo con personas o ideas que van en contra de nuestras creencias. Por eso es útil exponerse a leer o escuchar puntos de vista diferentes a los nuestros y que desafían nuestra percepción del mundo. «Si nos juntamos siempre con quienes estamos de acuerdo, o leemos cosas que reafirman lo que ya sabemos, no estamos luchando con las conexiones cerebrales ya establecidas, ni estamos fomentando la producción de nuevas sinapsis», agrega Taylor.

Otras recomendaciones son aceptar el desafío de aprender un nuevo idioma o tomar una nueva ruta para ir al trabajo. También dibujar con la mano izquierda si usted es diestro, le permite dinamizar su cerebro y sus conexiones neuronales.

Pero el cerebro de los adultos también presenta ventajas gracias a su rica experiencia. Una es su rapidez para reconocer la idea central o la perspectiva completa de lo que enfrenta. Esto le ayuda a la persona a encontrar significado o hallar soluciones con mayor prontitud que las personas jóvenes.

En neurociencia se habla de la llamada «inteligencia fluida», propia de los jóvenes y que declina con los años, la cual depende de la capacidad de memoria y de la velocidad para procesar datos. Su contraparte es la «inteligencia cristalizada», propia de los adultos y que depende de una mayor riqueza de vocabulario y de una mejor priorización de la información, distinguiendo con rapidez lo relevante de lo accesorio o, en palabras simples, separando pronto la paja del trigo.

La convicción actual es que no hay una edad específica que tenga el monopolio del desarrollo humano al tiempo que el aprendizaje es un proceso continuo y acumulativo. Por esto, mientras más aprendemos, más estudiamos y más nos educamos, es más probable que seamos adultos autónomos que disfrutamos de redes de amigos y que gozamos de mejor salud física y mental. Todo lo cual con seguridad alimentará nuestra curiosidad e inquietud por conocer más.

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