Parecía fascinada con un pocillo lleno de galletas chinas de la suerte. Sin embargo, fijándome más observé que las abría una por una sin comérselas. Hasta que finalmente una le pareció agradable y se la echó a la boca.
Extraño proceder, pensé. Me acerqué y le pregunté por qué no se comió las otras. —Es que los mensajes que tenían, si bien eran bonitos, no me gustaban o no los necesitaba. ¡Y este último sí, esta es la suerte que quiero!
Así nos compartamos a veces en la vida. Nos gusta la gente que simpatiza con uno, que tiene las mismas ideas, que nos apoyan en nuestras conductas y que nos encuentran la razón. Nos quedamos con ellas y desechamos aquéllas que nos hablan con la verdad, nos enfrentan con nuestras ilusiones y engaños de nuestra mente.
No nos gustan las personas que nos enfrentan con nosotros mismos. No tenemos por qué relacionarnos con quienes actúan de manera antipática. Pero a la vez también alejamos a quienes empatizan. Es decir, que nos comprenden y que, sin embargo, no comparten algunas maneras de comportarnos que tenemos hacia la vida.
Sin darnos cuenta, vamos desechando gente como galletas de la suerte. Hasta encontrar a quienes no nos enfrentan con nuestra ilusoria realidad. Con estas personas tan simpáticas, nuestra mente se acomoda, sesga lo que no queremos ver, revelamos la parte de nosotros que nos gusta y que busca justificarse y podemos fácilmente mentir por omisión, sin siquiera darnos cuenta de que lo hacemos.
La verdad es que quienes nos ayudarán en este camino de mayor paz y felicidad son las personas empáticas, aquellas que en algunos momentos nos pueden parecer desagradables porque no estamos de acuerdo con ellas, pero que nos hacen pensar y reflexionar. Y que luego, con amor, nos abrazan, nos contienen y nos apoyan. Podemos llegar a sentir y darnos cuenta de que nos aman, con nuestras virtudes y también con nuestros defectos.
La galleta puede darnos un mensaje que en principio no nos gusta mucho. Tal vez porque tenemos que superar algo en nosotros que nos hace daño o nos limita.
Es mejor no acomodar la mente para caer simpático a alguien y, puedes comprobar, que te hace crecer más quien te enfrenta a tus errores y que, aún así, te sigue amando.