Escoger mi vida va a ser el acto de consciencia libre más importante que fundará mi identidad adulta. Nos hacemos personas eligiendo. Elegir, no es una tarea fácil, pero resulta apasionante pasar de una vida prediseñada desde fuera a una vida elegida por mí, con mi sello creativo y único, que deja su huella irrepetible en los demás y en el mundo.
La vida se nos da genéticamente orientada, y, a veces, hasta prefabricada. Nuestra vida se programa desde muchas instancias, que van desde lo económico hasta lo cultural. Nuestra vida la controla la sociedad de consumo, que quiere saber no quienes somos, sino lo que vamos a consumir: el dinero de que vamos a disponer, y nos va a motivar y programar en este sentido. Al final, yo seré un consumidor cuantificable. Desde la política, soy un elector, y, probablemente, solo interesaré como votante en el caso de que estemos en un sistema democrático. En el tercer mundo, seré mano de obra barata (excedente humano inservible).
La publicidad decide que intereses voy a tener, y hacia donde voy a dirigir mis gustos. De la misma manera que la moda decide como voy a vestir, la cultura decide como voy a pensar y valorar la vida. La subcultura familiar, el apellido o el estatus profesional y social van a decidir casi todo el resto. Verdaderamente queda muy poco en manos del individuo; queda muy poco donde escoger.
La empresa y las instituciones suplantan mi responsabilidad vital en función de intereses respetables, pero no siempre respetuosos con mi libertad individual. La familia, también nos maneja para evitar que otros nos manipulen desde fuera; pero la dependencia aprendida en el seno de la familia producirá, mas tarde, los frutos no deseados de la acomodación y la dependencia, que nos posibilitará cambiar de amo, pero no ser auténticamente libres. El hombre, la mujer, dimiten de su vida y se diluyen en una sociedad enferma, dejándose arrastrar por diferentes corrientes, que lo deciden desde fuera, incluso bajo el pretexto de hacerle un bien.
Preguntarse quién decide mi vida es interrogarse por el control fundamental de mi vida. En la respuesta, forzosamente compleja, no podemos pasar por alto las fuerzas de eso que llamamos inconsciente, y que influyen en el racimo de mis decisiones. La tarea de construir un yo para toda la vida es una extensión de la consciencia, es rescatar lo que soy y lo que quiero ser desde mi realidad. La consciencia, guiada de todas formas por mi preconsciente, me permitiría escoger, y ser quien yo quiero ser. (*)
Esta tarea, conlleva un diálogo con la realidad. Mi vida no es un acontecimiento individual, aislado, interior; sino una encrucijada social; un dialogo entre barullo y silencio.
Los principales obstáculos que dificultan la libre elección de mi propia vida son entre otros muchos, el autoritarismo y la permisividad. El autoritarismo es el poder decisorio que me manipula desde fuera. La permisividad, me hurta los modelos de referencia que necesito para poder escoger, y me abandona al zarandeo de todo viento cambiante. El autoritarismo me suplanta; mientras que la permisividad total, disfrazada de confianza en mis propios recursos, me desorienta.
Se trata, como vemos, de conseguir un difícil equilibrio: ¿A quién, o a qué, doy poder para decidir mi vida? La respuesta sana sería: Sé que muchas fuerzas influyen sobre mí, pero reservo mi decisión a lo que yo elija. Lo importante, en definitiva, es que yo lleve el timón de mi propia vida.
EL RIESGO DE ESCOGER
Escoger es un acto arriesgado. El problema nace del temor al error y a la equivocación, a la culpabilidad de «hacerlo mal». Este riesgo genera, a veces, tal angustia, que resulta paralizante.
Los fantasmas que nos asustan en el proceso de escoger son, entre otros, el deseo omnipotente y la realidad limitada. El deseo omnipotente, fantasea con una libertad sin fin. La realidad limitada, nos hace imaginar que estamos totalmente indefensos ante las circunstancias externas.
Escoger conlleva percibir, valorar, establecer prioridades, renunciar, y comprometerse con lo elegido. Al escoger algo, estoy eligiendo ser alguien, porque nuestras elecciones nos personalizan, aún cuando nos equivoquemos. Si estamos muy influenciados por necesidades acuciantes, o por las expectativas que otros tienen sobre nosotros, puede suceder que esto nos paralice, evitando así que nos equivoquemos, pero también que vivamos intensamente la vida. Por otra parte, él dejarnos llevar es otra forma de no decidir.
VIVIRSE DESDE FUERA
Para protegernos del peso de las decisiones que afectan a nuestra vida, repartimos la responsabilidad con otros, y aprendemos muy pronto a decir «Yo tengo…, Yo debo…» en lugar de: «Yo quiero…, Yo escojo… Yo elijo…». No es que esté mal apelar responsablemente al sentido del deber, pero sería un empobrecimiento reducir nuestra vida a una programación legal. El camino de la madurez personal va del «Yo Tengo» y «-Yo Debo», al «Yo Quiero» y «Yo Escojo». Este camino se ve a veces amenazado por algo tan postmoderno como el «Me apetece y me gusta» que, a veces, se considera como el criterio decisivo de la acción. Me apetece, no es más que una pista indicadora de una parte importante de nuestra experiencia, pero, probablemente, no decisiva. El camino de la personalización al elegir recoge muchas pistas, pero prioriza, valora, selecciona y decide unificándose con todo el ser. La apetencia no es estación término; es tan solo un apeadero, más o menos agradable, y un dato de nuestra compleja realidad.
Si no escojo vivir, seré vivido y me tendré que conformar con sobrevivir, pensar en la vida, soñarla. Es decir, funcionar, no vivir. La vida vivida es experiencia, fluir de las experiencias. Solamente aquí podemos encontrarnos maduramente, con una existencia habitada por mí.
Al escoger mi vida, escojo la única que puedo vivir en coherencia con quien soy. «¿Qué estoy escogiendo al elegir mi vida?» Escojo ser mi cuerpo, mi sexualidad, mis valores. Escojo mi Argumento de Vida y mi Guión Existencial, como sostiene el Análisis Transaccional. Ese hilo conductor que irá enhebrando decisiones y conductas, para dar coherencia a mi existencia, feliz o desgraciada. Es verdad que, si tengo una visión profunda del ser humano, sabré que, al escoger mi vida, hago una elección más grande que la actividad profesional con la que lleno mi tiempo. Sabré también que soy mayor que mi muerte.
HABITAR MI VIDA
La vida es proyecto, tarea, llamada y don. Escoger mi vida supone elegir a qué o a quien quiero dar mi vida. Implica que mi vida es mía, y que puedo administrarla.
Escoger mi vida exige decir SÍ y NO. Habitar la propia vida es escoger el camino de la felicidad, sabiendo que transita tanto el dolor como el gozo, y que no puedo huir del fantasma del dolor cuando este aparece. Escoger mi vida, es tener una causa por la que vivir e incluso morir. Escoger es el prólogo de una existencia auténtica.
El perfeccionismo es un tipo de incapacidad para elegir. Es verdad que en la cultura actual tenemos una gran pluralidad de modelos que hace difícil escoger. Es más fácil comprar en la tienda del pequeño pueblo que en el gran almacén de la ciudad, y, sin embargo, aunque sea más fácil elegir, no por ello es más fácil acertar. Elegir, es ser consciente de mis capacidades, motivaciones y valores.
ESCOGER ES UNA FORMA DE AMAR
Un tradicional planteamiento, equivocado, ante la elección de vida, nos hace pensar que tenemos delante varias vidas y que hemos de elegir una de ellas. El problema solo reside en acertar con la verdadera. Un planteamiento más adecuado afirma que no tenemos más que una vida; el problema no es acertar con la verdadera, sino amar lo que tengo y ser capaz de amar desde ella. La cuestión, no es tanto como elegir lo amado y amar lo elegido, la pregunta adecuada sería: ¿Qué proyecto de vida me permitirá amar más lucidamente y mejor?
EJERCICIO
Recuerda una elección que consideres errónea en la que hoy tú puedes decir: «Me equivoqué al elegir aquello». Metete en la persona que eras antes de elegir aquello: ¿qué luz tenias, que conocimiento consciente, que datos, presiones, y necesidades te empujaban en esa decisión? Observa y recuerda cómo veías las alternativas y date cuenta de que al elegir buscabas un bien para ti a tientas, un bien corporal, algo que era significativo y valioso para ti… Dite a ti mismo: «—Me comprendo al buscar lo que entonces veía como un bien». Mira con comprensión la persona que eras entonces. No te reproches ni te agredas. Pregúntate que aprendiste de esa decisión, que aprendiste que ahora sabes y entonces no sabias.
Resume el mensaje de esa elección «errónea», agradeciendo lo que aprendiste de ella. El que hayas sufrido o hayas hecho sufrir, no significa que eres malo, sino que no habías aprendido lo que ahora sabes, después de esa decisión equivocada. No te juzgues con la luz que ahora tienes. Reconcíliate con la persona que eras y con lo que entonces buscabas… Respira diciéndote: «—Estoy vivo, convivo con el peso de esa elección, pero mi vida sigue creciendo». Visualiza la persona que eras entonces, regalando al hombre o la mujer que eres ahora, una poderosa luz para iluminar en adelante tus decisiones. Dile a la persona que eras: «—Estoy vivo, soy más grande que mis decisiones y tengo esta lámpara de sabiduría y experiencia, que me has regalado para seguir creciendo y aprendiendo a amar».
(*) Las decisiones, y en general todo acto consciente, son dirigidas primero desde el inconsciente. Es fundamental, entonces, saber programar adecuadamente nuestra mente más profunda para que en la vida podamos tomar mejores opciones y hacerlo oportunamente.
Publicado originalmente el 1 de junio de 2004. Revisado el 1 de julio de 2019.